lunes, 5 de mayo de 2014

Tres.

Tres días. Esos fueron los días que pasaron juntos.
Tres días entre música y alcohol. Tres días entre miradas y sonrisas tontas. Tres días en los que cualquier excusa era buena para buscar el roce con el otro, para sentir su contacto, aunque fuera sólo una milésima de segundo. 

Y fue el tercer día, cuando sus labios se encontraron. Cuando sus manos recorrieron el cuerpo del otro. Cuando se perdieron entre pasión. 

Como una película con final feliz. Pero la vida sigue detrás de las cámaras, y no todo es tan feliz como lo pintan. 

Ella le da vueltas a su cabezas. Lo pasaron realmente bien esos tres días, se divirtieron, y rieron como ríen los niños pequeños. Y ella se sentía feliz, una sensación que hacia tanto que no experimentaba.

Decide que no quiere que la película acabe en el tercer día, cuando puede continuar. 

Y por una vez en su vida, decide abrirse con alguien, lanzarse, no quedarse con la duda del “¿Y si...? 

Y comienza a escribir. Escribe, borra, escribe, borra... Así hasta que escribe algo sencillo, pero que deja claro que quiere una segunda parte de la película.
“Estos días me lo pasé muy bien, y me encontré muy a gusto contigo, así que había pensado que si te apetece, podríamos quedar algún día y seguir conociéndonos.” 

Lo relee una vez más antes de enviarlo. Sí, así está bien. Pone el dedo sobre el botón enviar. Coge aire y lo expulsa lentamente. Levanta el dedo del botón enviar. Ya está hecho, ya no hay marcha atrás. 

Ahora sólo queda esperar una respuesta. 
Pero espera y espera, y no recibe nada. 

Y ya lo ha leído. 

Y duele. Duele dentro. Porque le duele más la indiferencia, el que él no diga nada, a que le hubiera dicho que no directamente. 
Porque no entiende porqué no puede hablarle, decirle lo que él piensa. 

Le da la lata a sus amigas. Ay, sus amigas. Tienen el cielo ganado, por la gran paciencia que demuestran siempre. Pero como le dijo una de ellas “Las amigas estamos para esto... No sólo para las risas. ¡Unas veces damos la lata unas, otras, otras!”
La intentan animar de todas las maneras posible, pero poco hay que puedan hacer para hacerla sonreír hoy. 
Le es imposible contener las lágrimas, y empiezan a correr por sus mejillas, tímidas, pero portadoras de gran dolor. 

Entonces se arrepiente de haber escrito ese mensaje, y piensa que para una vez que decide hablar, hubiera estado mejor callada. 

Y se siente realmente estúpida. 
Este tipo de cosas, son las que le hacen desconfiar, y no lanzarse ante las oportunidades. 

Y su autoestima, que últimamente había logrado mantener arriba, vuelve a caer en picado. 
Y cree que nunca será lo suficiente buena para nadie. O quizás es demasiado buena, y ese es el problema, que siempre hacen lo que quieren con ella. 

No lo sabe, y no lo quiere pensar más. 

Ella sólo quiere encontrar alguien que llegue sin avisar. Alguien con quien poder compartir el tiempo y sentirse a gusto. Alguien de quién enamorarse, y que se enamore de ella también. Alguien con quién ser feliz. 

No es tanto pedir, ¿no? 

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